En una de las excursiones que hicimos desde La Habana visitamos un criadero de cocodrilos en la Península de Zapata. Nos contaron que todas las semanas se escapaba alguno. Curiosamente en los paladares de la zona te servían carne de cocodrilo...
sábado, 1 de diciembre de 2007
CRIADERO DE COCODRILOS EN LA PENÍNSULA DE ZAPATA
En una de las excursiones que hicimos desde La Habana visitamos un criadero de cocodrilos en la Península de Zapata. Nos contaron que todas las semanas se escapaba alguno. Curiosamente en los paladares de la zona te servían carne de cocodrilo...
LA HABANA VIEJA Y EL MALECÓN
Les mostramos un aperitivo de las maravillas que podemos encontrar en la Habana Vieja y El Malecón.
ESCUELA DE BOXEO EN LA HABANA
Paseando por la bella Habana puedes encontrar lugares tan auténticos como esta escuela de boxeo. En ella tuvimos la suerte de poder entrar y charlar un poco con su amable dueña.
CUBA: 12 DÍAS/11 NOCHES. NOVIEMBRE 2007.
CUBA: 12 DÍAS/11
NOCHES. NOVIEMBRE 2007.
La Habana, Soroa,
Viñales, Península de Zapata, Matanzas, Varadero, Santa Clara, Trinidad.
Este
fue el primer viaje que hicimos, por nuestra cuenta y riesgo, fuera de
continente europeo, por lo que estuvo lleno de entusiasmo y ganas, pero algo
falto de organización.
Antes
que nada, decir que Cuba consta de 2 tipos de monedas: el peso cubano, que es
el que utiliza su población, y el peso convertible o CUC, que es la moneda que
utilizamos los extranjeros dentro del territorio. El CUC tenía un cambio casi de cuatro por uno. (4 CUC = 1 Euro aprox.)
Día 1: Gran Canaria – Madrid – La Habana (El Malecón)
Llegamos (2 hombres y una mujer)
al aeropuerto de La Habana en torno a las 20 h. Ya era de noche. Pasamos el control
de aduanas sin problemas, pero algo extrañados de que no nos hubieran estampado
un sello en nuestro pasaporte. Después nos informaron que era lo normal. Lo
hacían así para que turistas americanos (tienen prohibida la entrada a Cuba a
causa del bloqueo de EEUU) pudiesen entrar en el país, mediante terceros países,
y que no quedase rastro de ello en el pasaporte. El visado era medio trozo de
cartón con un sello que no se podía perder. También exigían una reserva de
alojamiento, aunque fuese para la primera noche, para poder entrar.
En la recogida de maletas nuestro
equipaje había sido apartado. Estaba, junto con otros equipajes, en el suelo y
unos perros lo olisqueaban bajo la atenta mirada de unos policías
aeroportuarios. Cuando nos permitieron recoger nuestros bultos uno de los policías
se nos acercó para interrogarnos sobre nuestros hábitos con los
estupefacientes. Insistió en el tema de la marihuana. (NOTA: Evidentemente desaconsejamos todo transporte o consumo de
drogas en los viajes. Sin querer inmiscuirnos en la vida privada de nadie es
bueno recordar que las leyes sobre el
consumo y transporte de drogas dependen de cada país en concreto, por lo que
unas deseadas vacaciones podrían convertirse en toda una pesadilla si no tenemos
cuidado en este punto). Lógicamente, negamos cualquier conocimiento sobre
asuntos de drogas y, aunque insistieron y preguntaron hasta ponerse un poco
pesados, al final desistieron y nos dejaron continuar nuestro camino.
Cogimos un taxi hasta el Hotel Deauville.
Es un hotel modesto, con mucha historia y poco adorno, colocado
estratégicamente en la zona. Relación calidad-precio-ubicación buena. Además, algunas
de sus habitaciones ofrecen maravillosas vistas a El Malecón o El Capitolio. Otras
son interiores. Se cuenta que se construyó con dinero procedente de la mafia
neoyorquina y que el propio Frank Sinatra lo solía frecuentar. Aquí reservamos
6 noches de entrada. Utilizamos el hotel como campamento base para algunas
“excursiones breves” y al cuarto día alquilamos un coche. Hubiese sido mejor idea
haber reservado 3 o 4 noches y después haber cogido carretera, pero ya dijimos
que la organización no fue muy buena.
La Habana es una ciudad vetusta,
parada en el tiempo. Sus fortalezas, palacios, iglesias y edificios de corte
colonial a medio rehabilitar o excesivamente maquillados, y su animada vida
nocturna (con especial mención a El Malecón) son su principal encanto. Debido a
eso se puede aprovechar el día, bajo el implacable sol, altos niveles de
humedad y cierto olor a gasoil, para visitar todos los lugares emblemáticos que
aparecen en las guías, perderse y disfrutar de un ritmo de vida pausado. Por la
noche se debe salir a “gozar”. Hay muchos lugares donde bailar, tomar algo o
pasear. El tramo de malecón entre El Vedado y Prado se llena de gente para despedir el día entre
música, tabaco y ron.
Los barrios de más interés son La Habana Vieja
y El Vedado, pero un paseo por Centro Habana y Miramar no son, para nada,
desaconsejables.
Como llegamos tarde cenamos y
fuimos a dar una vuelta por El Malecón. Luego nos fuimos a la cama.
Día 2: La Habana (Habana Vieja y alrededores)
Ese día
nos levantamos temprano inconscientemente (¿Los nervios?, ¿las ganas?... El
Jet-Lag) y se lo dedicamos íntegramente a La Habana Vieja y sus alrededores
Tras un modesto desayuno,
incluido en el precio del hotel, nos pusimos en marcha. Aprovechamos para
pasear por un Malecón casi desierto durante un buen rato. Mientras, algunos
jóvenes, que también habían madrugado, se lanzaban desde los pilones rompeolas al cristalino mar
entre risas y animadas charlas.
Callejear, pasear y perderse, si
se cuenta con tiempo, es la mejor forma (bajo nuestro punto de vista) de conocer
La Habana Vieja y sus rincones, ya que amén de los lugares de obligada
peregrinación, pasear por sus animadas y bulliciosas calles, mezclarte con los
cubanos, comer en los paladares o visitar una escuela de boxeo… es una
experiencia gratuita (o de obligado gasto) que no tiene precio.
Desde El Malecón (zona Hotel Deauville)
la mayoría de lugares emblemáticos de La Habana Vieja están a tiro de piedra. El
Catillo de San Salvador de La Punta, Prado, El Capitolio, sus bellísimas y
reconocidas plazas (De Armas, Vieja, De La Catedral…), edificios, míticos bares
(La Floridita, La Bodeguita del Medio…), iglesias (Merced) y numerosos museos y
centros culturales… son lugares que se pueden ver simplemente paseando. Yendo
de uno a otro. Es imposible enumerar todos los lugares, sin que no nos olvide
ninguno (Parque Central, Hotel Ambos Mundos, La Avenida del Puerto…) por lo que
recomendamos que al menos se cuente con un día entero para La Habana Vieja.
Merece mucho la pena. Para ver el cañonazo de La Fortaleza de San Carlos es
aconsejable coger un taxi.
A título anecdótico podemos
contar que, por la zona del Castillo de San Salvador, se nos acercaron algunos
jóvenes para ofrecer sus servicios de guías. Era su “negocio”. Nosotros ya
teníamos claro que no nos interesaba ir con alguien desconocido (en modo guía)
de un lado para otro, preferíamos marcar el ritmo. Aunque, finalmente, uno de ellos nos
propuso conocer algunos lugares más pintorescos y menos turísticos (una escuela
de boxeo, una barbería, algunos bares…) y le hicimos una oferta. Conocer algunos sitios y que nos hiciese ver, desde
el primer momento, la hospitalidad cubana es algo que le tenemos que agradecer
a José (que era como se llamaba el muchacho). Sin embargo, era algo incómodo, se
mostraba todo el rato en modo clandestino (caminaba por delante de nosotros, se
iba, volvía…). Fue muy raro. Así que para evitarle y evitarnos complicaciones,
tras un par de horas, no seguimos con él. Fue difícil hacérselo entender.
Insistía (de buen rollo) en acompañarnos gratis de fiesta, e incluso fue a
buscarnos por la noche al hotel. Finalmente le dijimos, nuevamente, que no nos
interesaban sus ofrecimientos y no insistió más.
La
Habana Vieja, como ya hemos dicho, se puede disfrutar desde la mañana hasta la
noche, por lo que tras aprovechar el día para recorrer la mayoría de sus
rincones, por la noche caímos en la tentación y bajamos a dar una vuelta. No
podemos olvidar que por la noche El Malecón se convierte en un punto de
encuentro para un gran número de cubanos y resulta complicado resistirse a sus
encantos (se conoce gente, se canta, se bebe…) Su agradable brisa, el intenso
olor a gasolina y ese bullicio espontaneo de gente, convierten al lugar (no nos
cansaremos de repetir) en un punto de visita obligada durante la noche. Esa noche,
por ejemplo, nos acercamos a alguna discoteca rumbo a El Vedado, pero finalmente no nos
animamos y volvimos a El Malecón.
Comer o
tomarse algo en La Habana Vieja no resulta nada complicado. En las zonas más
turísticas, como es lógico, la oferta se multiplica (al igual que los precios),
pero lo que nosotros aconsejamos, sobre
todo a la hora de comer, es preguntar por los paladares. Algunos no tienen
publicidad y, al estar dentro de edificios, pueden pasar desapercibidos, pero
es donde mejor, en general, comimos. En los alrededores de El Malecón también
se puede encontrar oferta interesante para comer o beber.
Día 3: Desde La Habana a Miramar (Habana Centro – Vedado –
Miramar)
Utilizamos todo este día para
improvisar un recorrido, y darnos un paseo (caminando), hasta Miramar (pasando
por El Vedado y La Habana Centro). Así que con la única ayuda del mapa de la
guía y preguntando nos pusimos en camino desde temprano.
La Habana Centro no tiene tanto
encanto como La Habana Vieja y la encontramos bastante más descuidada que esta. Sin embargo se pueden encontrar lugares
(mercados, bares…) muchos más auténticos o pasear sin masificaciones
turísticas. Es en esta zona donde se localiza el curioso barrio chino, por
ejemplo.
En El
Vedado recorrimos La Rampa y zonas aledañas. Luego, seguimos caminado hasta La
Universidad, donde conocimos a algunos estudiantes. Uno de ellos nos dio una
vuelta por algunos de los edificios (Historia, Informática…) y nos explicó el
papel que la universidad había jugado durante la Revolución. Fue muy
entretenido y, también, aprovechamos para descansar un poco a la sombra. Tras
esta mini-excursión improvisada pusimos rumbo a la Plaza de La Revolución (que
es otro paseíto). La plaza es imponente, monolítica. En ella destacan su
obelisco, la bandera cubana y, como no, el monumento a José Martí, que también
presta su nombre a la plaza. Toda ella (menos la bandera) realizada en mármol y
rodeada de edificios oficiales. Desde uno de sus laterales se puede ver el
Ministerio de Hacienda, donde está representada la archiconocida imagen del
rostro del Ché Guevara. La plaza nos ofreció, también, algo de sombra y reposo,
y más teniendo en cuenta que desde allí íbamos dirección al Cementerio de
Colón.
La hora
de salida para esta excursión es importante. A parte de las paradas que se quieran hacer, lo
que duren éstas y lo que uno se quiera relacionar y ver, el paseo hasta el cementerio,
desde el Hotel Deauville, lleva de por sí varias horas. En frente del
cementerio hay algunos bares donde comer o tomar algo.
Para llegar a Miramar cruzamos el Puente de
Hierro. Esta zona es más fácil de recorrer. Las calles son amplias y la mayoría
de las casas están bien cuidadas. Es un barrio con muchas embajadas, mansiones
y, bajo nuestro punto de vista, el de menos encanto de todos. Allí comimos (fue
más bien una merienda tardía) en el restaurante El Quijote, dimos una vuelta y
por la zona de “La Quinta Avenida” cogimos un transporte hacia el “Monte de las
Banderas”. Una plaza en memoria de los fallecidos durante La Revolución y por
los años de lucha. Se podían contemplar más de 100 banderas negras ondeando,
aunque, unos militares no nos dejaron que nos acercásemos mucho. Por lo
que pudimos averiguar el edificio de enfrente era de intereses americanos (o la
antigua embajada) y que la ubicación de las banderas se podía interpretar como
un símbolo de malestar hacia los EEUU, que a nosotros, de ser así, nos pareció
bastante evidente. De allí volvimos andando hasta el Hotel.
Los taxis, según la zona, no siempre
son fáciles de encontrar, pero preguntando a la gente por ellos terminas
encontrando a alguien que te lleva a donde quieras, tras pactar un precio.
Aunque este sistema siempre es más arriesgado nosotros no tuvimos problemas.
Todo lo contrario. Los cubanos siempre tienen algo interesante o divertido que
contar (los taxistas también).
Muchos turistas prefieren
quedarse en grandes cadenas hoteleras o casas particulares por las zonas de El
Vedado y Miramar (cuestión de gustos).
Esa
noche llegaron unos amigos (1 chico y 3 chicas), con los que íbamos a coincidir
dos días en La Habana. Tras cenar con ellos fuimos a mezclarnos con la gente, por
los aledaños de El Malecón, antes de visitar un par de bares de la zona, la
discoteca del hotel e irnos a dormir.
Día 4: La Habana (Con amigos)
Este
día lo pasamos con nuestros amigos recorriendo La Habana con más calma. Era
domingo y montaban el mercadillo, así que nos dimos una vuelta por la zona (la
mayoría de puestos estaban dirigidos al turista, aunque el sitio tenía su
encanto). Comimos en un restaurante enfrente del Capitolio. Vimos, otra vez, museos,
iglesias, plazas, fortalezas, castillos, caminamos, y aprovechamos para irnos
despidiendo de La Habana.
Uno de
nuestros amigos tenía un amigo en La Habana (Popo) y nos acompañó ese día y,
más adelante, en las excursiones de ida y vuelta. Por la noche nos llevó a
algunas discotecas y bares por la zona de El Vedado (Preferimos El Malecón y
sus aledaños). Un día su abuela, que vivía en Miramar, también nos invitó a
cenar. Un encanto de señora.
Día 5: La Habana – Soroa – Viñales – La Habana
Nada
más llegar al hotel (el primer día) hicimos los trámites para alquilar el
coche. Fuimos a la oficina del lobby del hotel y el hombre del rent a car nos
dijo que con el número de la habitación nos pasásemos el día convenido para
formalizar los papeles, pero que estaba todo reservado. Así que ok… Al llegar
el día nadie se acordaba de nada. Tuvimos que ir corriendo en busca de un
coche. Finalmente, en un hotel de Prado, encontramos una oficina que no estaba
abierta, pero el portero del hotel conocía al trabajador que la podía abrir…
Gracias al portero pudimos salir temprano y nuestros amigos alquilar un coche
con chofer.
El
camino hasta Soroa es fácil y no es muy largo (hora y media aprox.), aunque sin
demasiada indicación (esto pasa en toda Cuba,) Durante el trayecto hay algunas
estaciones de servicio.
Realmente esta excursión resultó muy
sencilla. Nuestro guía en la carretera fue el chofer de nuestros amigos, que
conocía la zona, y también nos descubrió un paladar encantador e íntimo
escondido entre la vegetación.
De
Soroa lo más destacado, a parte de su exuberante vegetación, es su cascada. Es
aconsejable parar a estirar las piernas, pasear por los alrededores y, como no,
bañarse en la cascada. El agua es muy, muy fría.
A
Viñales son otras dos horitas y pico de carretera, Las vistas son fabulosas. La
zona es conocida por sus plantaciones de tabaco y sus típicas casas campesinas
de colores. Creemos que hubiese sido fabuloso haber pasado una noche en la
zona, pero faltó planificación. No obstante pudimos disfrutar brevemente del
pueblito y hasta nos dio tiempo de conocer el mural de la prehistoria.
Personalmente pensamos que la zona en sí misma es encantadora, indistintamente
de los murales. Aunque, haciendo honor a la verdad, tampoco los pudimos
apreciar en su esplendor, ya que cuando llegamos estaba oscureciendo.
Conducir
de noche se torna algo más peligroso, sin tampoco serlo demasiado, debido a la
falta de iluminación en todas las carreteras, incluida la autopista. Esto
obliga, por otra parte, a que TODOS los coches lleven las luces largas (por
delante y por detrás) e incomode algo la conducción y las visibilidades.
Esta
excursión la acabamos en La Habana. La vuelta fueron más de tres horas y se
hicieron muy largas. Cenamos y nos fuimos a dormir.
Día 6: La Habana – Península de Zapata – La Habana
Esta
fue la última noche de las que habíamos reservado previamente en La Habana, por
lo que nos decidimos a hacer otra excursión de ida y vuelta. Esta vez nos
decidimos por la Península de Zapata. Son unas tres horas de carretera, por lo
que hubiese sido aconsejable pasar la noche en la zona o dirigirse a algún otro lugar.
Nosotros no lo hicimos así y volvimos a La Habana, desandando un camino
precioso.
En la
península hay muchas cosas que ver y hacer. En el plano histórico, por ejemplo,
fue donde se produjo el famoso desembarco, orquestado por los americanos,
finalmente repelido por las tropas castristas en Playa Girón (Bahía de
Cochinos). Esta playa se ha convertido en un punto turístico o de conmemoración
y realmente, fuera de eso, tampoco es muy atractiva. Tiene, por ejemplo, un
muro de cemento, de varios metros, que hacen que el paisaje decaiga un poco. No
obstante, la península no es sólo Playa Girón. Sin ánimo de quitarle importancia,
en el lugar hay otras playas, calas… más bonitas donde poder parar y echarte un
chapuzón para refrescarte. Nosotros pasamos todo el día en la zona (la
carretera habías sido dura) y, a parte de Playa Girón y alrededores, también
visitamos Playa Larga, su bonita Ciénaga y el criadero de cocodrilos. Una
curiosidad es que en el criadero los cocodrilos tienen una supervivencia
bastante pobre. Los cientos de crías que se observaban en las primeras jaulas
se convertían en unos cuantos cocodrilos adultos. Preguntamos cuál era la causa
y la contestación fue que muchos morían. Suponemos que, tratándose de un
criadero, lo lógico hubiese sido que algunos se soltasen a la naturaleza
nuevamente. Por los alrededores de la ciénaga, como es lógico, no es
aconsejable bañarse.
Por las
diferentes zonas de la península hay lugares donde comer o tomar algo, pero lo
mejor, en nuestra opinión, es buscar un paladar fuera de las zonas turísticas.
Por la zona es fácil preguntar y que el paladar sea una casa privada. Es muy
auténtico. Muchas personas te ofrecen comer carne, supuestamente, de cocodrilo.
¿Quién sabe?.
Esa
noche fuimos en taxi (ya de vuelta en La Habana) a ver el Cañonazo de San Carlos. Un paseo por El Malecón
y a dormir.
Día 7: La Habana – Matanzas – Varadero
Dentro
de nuestros planes también estaba la idea de recorrer algunas otras zonas de
Cuba por carretera, pero sin volver a La Habana. Para esto no teníamos reservas
previas realizadas, por lo que nos lanzamos a la aventura. Si, como hemos
comentado, las dos excursiones previas, con vuelta a La Habana, las hubiésemos
hecho sin la vuelta, seguramente nos hubiera dado tiempo para ver muchísimas
más cosas y lugares, o tal vez los mismos con más calma. No obstante, a lo
hecho pecho. Además, esto puede servir para que otros viajeros lo tengan en
cuenta y no les ocurra lo mismo.
Lo de
madrugar va intrínseco en nosotros. Creemos que es interesante aprovechar el
sol al máximo para poder disfrutar mejor el viaje. Ya habrá tiempo de dormir.
Nuestra
primera parada fue Matanzas. Tras dejar atrás varios pueblos, cruzar y pararnos
en varios puentes (a sacar fotos) y aproximadamente 2 horas de carretera,
llegamos a Matanzas. Realmente el casco histórico es muy bonito y fácil de
recorrer. Es el lugar ideal para estirar las piernas, tomar algo y conocer un
poco los alrededores. Nos recomendaron pasarnos por un cenote (no recordamos el
nombre) para refrescarnos de camino a Varadero. Era una gruta bonita, en un
entorno bonito, pero tampoco era demasiado espectacular.
En
Varadero habíamos quedado con nuestros amigos de Canarias. A parte de eso también
nos interesaban sus famosas playas de arena blanca, agua templada y sol
abrasador. Soñábamos con tirarnos debajo de un cocotero, con un mojito y dejar
que pasase el tiempo en una playa paradisiaca. Y así fue, deseo concedido.
Cogimos una habitación en el mismo hotel que nuestros amigos. Era gama media,
casi en primera línea (algo esquinado) y de buen precio. Tampoco recordamos el
nombre, pero tranquilos, el alojamiento no va a ser un problema. Los hay de
casi todos los precios. El régimen suele ser todo incluido en la mayoría, por
lo que lo mejor es buscar precio-ubicación. Fuera de la playa hay poco que
hacer. Si acaso visitar algún mercado turístico de artesanía y poco más.
Por la
noche, sin saber muy bien por qué, fuimos con nuestros amigos al Tropicana.
Realmente, era eso o moverte de hotel en hotel o a discotecas muy turísticas.
También existían unas especies de asociaciones (al estilo de La Habana), algo
más auténticas, donde poder tomar algo, pero sin demasiado encanto. El hecho
fue que fuimos al Tropicana de Varadero. Haciendo honor a la verdad no es nada
caro. Te buscan y te devuelven al hotel, te dan una botella de ron (por pareja)
y un purito cubano. Si te acabas eso antes de terminar el espectáculo seguro
que la noche se alargará. Lo del espectáculo es harina de otro costal, cuestión
de gustos. Particularmente nos pareció un cabaret mondo y lirondo. El caso es
que no nos gustan los cabaret (de ninguna parte)
Al día
siguiente bajamos desde temprano a la playa. El calor se notaba y el mar estaba
templado (no caliente). Allí estuvimos unas horas mientras esperábamos a nuestro compañero,
que había decidido alargar un poco más la noche.
Día 8: Varadero – Santa Clara – Trinidad
De
Varadero a Santa Clara son más de tres
horas de carretera. Esta vez no salimos tan temprano como otras veces. Nos fuimos en torno a las 10 h.
Santa
Clara es un punto de peregrinación obligado para los entusiastas del Ché. La
Plaza de la Revolución (con el mausoleo del Ché) y el tren blindado, son los
lugares más visitados por ellos. La Plaza, presidida por la estatua del Ché, es
bastante impactante.
Habíamos
leído que Santa Clara era más moderna y más industrial que las otras ciudades
aledañas, que había perdido su ambiente colonial, y que fuera de los lugares
antes aludidos (la plaza y el tren) poco más había que hacer. Es cierto que el
ambiente era algo menos turístico, la gente iba más a su aire y que no había
tantas construcciones pomposas como en La Habana, pero no sabemos si es debido
a que llegábamos de Varadero (y que, de forma general, cualquier casa tiene más
encanto que un hotel), pero a nosotros nos gustó mucho. El corazón de la ciudad
se encuentra en el Parque Vidal. Es aconsejable tomarlo como punto de
referencia para conocer la zona. Por la zona de Bulevar se puede comer y beber
algo. Nosotros entramos en una hamburguesería a comer y nos cobraron en pesos
cubanos. Fue una anécdota larga y confusa, pero lo importante es que,
realmente, no había precios en CUC y nos salió muy barato.
Salimos
hacia Trinidad al atardecer y se nos hizo de noche en la carretera. A oscuras,
en una de las peores carreteras de Cuba, sin indicaciones… y encima nos cayó
una hora de lluvia tropical durante el trayecto. Un espectáculo. Cuando
estábamos a punto de perdernos, en mitad del diluvio universal, aparecía
alguien que nos reconducía o indicaba la bifurcación adecuada. Calculamos, con
todos esos problemas, sobre dos horas y media de trayecto.
No
teníamos decidido si quedarnos en la zona del pueblo o en la zona de playas,
pero, finalmente, ante los tutes de carretera, sabiendo que era de noche y que al pasar por el pueblo con el coche (estábamos
cansados) nos apabullaron un montón de jóvenes ofreciéndonos alojamiento
particular, decidimos optar por la zona de playas. Elegimos el hotel Ancón, por
ser el primero que vimos y tenía disponibilidad. Era en régimen de todo
incluido y aunque las habitaciones no eran modernas, eran grandes. Las zonas comunes estaban bien y la playa maravillosa. También ofrecían
actividades en el mar, como catamarán y snorkel, incluidas en el precio y la
comida, comparada con la de los otros hoteles que visitamos, era la mejor.
Esa
noche cenamos, nos refrescamos y lo tomamos en modo relax por las instalaciones
del hotel y la playa (situada a sus pies) El Hotel Ancón fue devastado por el Huracán
Dennis, que azotó esta bonita costa cubana en 2005. Había sido reformado y
reabierto hacía relativamente poco.
Día 10: Trinidad
Del
pueblo a las playas (o viceversa) no hay más de 10-15 minutos. Como ya hemos
dicho, si hubiésemos cogido la carretera, sin vueltas a La Habana, desde la
primera excursión, seguro que se podría haber sacado algún día y haber planteado una escapada a Los Cayos (relativamente cercanos) El caso es que
no cuadró.
Las playas de Trinidad son una gozada y, aunque se ven turistas, no tiene nada que ver con Varadero. A nosotros nos gustó mucho más.
Las playas de Trinidad son una gozada y, aunque se ven turistas, no tiene nada que ver con Varadero. A nosotros nos gustó mucho más.
El
pueblo quita el hipo. Es precioso. Las calles está empedradas, vuelven las
callejuelas por donde es un placer perderse, los palacios, museos y los
edificios coloniales (muy cuidados). Su Plaza Mayor es impresionante y puede
servir para orientarse. De nuevo el bullicio autóctono se apodera de las
calles. Se escuchan risas, música, la gente se te acerca… Se dice que es la
ciudad más bonita de toda Cuba y nosotros también lo pensamos.
La
oferta de bares, restaurantes y paladeres no es poca. Como siempre, para los
paladares lo mejor es preguntar.
Dividiendo
nuestro tiempo entre la playa y el pueblo pasamos todo el día pausadamente.
Día 11: Trinidad – La Habana:
Calculad
por lo menos cuatro horas y media de camino. Es aconsejable una parada en
Cienfuegos. Nosotros la planeamos, pero, al final, sólo estiramos las piernas.
Una pena.
En el
hotel (de Trinidad), de súper buen rollo, nos dejaron hacer un check-out tardío, sin coste
adicional, y nos dejamos ir en la playa un buen rato. Salimos sobre las tres.
Paramos (no llegó a una hora) en Cienfuegos, se nos hizo de noche en la carretera y llegamos a La Habana. Habíamos hecho una reserva en el Deauville, de una
habitación triple para este día (con ckeck-out tardío), ya que el avión de
vuelta salía por la tarde-noche. Nos duchamos, cenamos por los alrededores,
cruzamos al malecón y nos fuimos a dormir.
Día 12: La Habana – Madrid – Gran Canaria:
Aparte
de recorrer los lugares que más no habían gustado o tomar un helado en el Coppelita, como anécdota, podemos
contar que gracias al portero del hotel, un viejito con mucha vida, nos comimos
un par de langostas en un paladar cercano que nos quitaron el
sentido. El precio fue muy, muy razonable.
En el
vuelo de vuelta salía de tarde-noche.
E.Jota
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