jueves, 1 de mayo de 2014

BALI: 7 DÍAS/6 NOCHES. ABRIL 2014.



                Este destino lo elegimos (1 mujer y 1 hombre), aprovechando la cercanía con Singapur, para relajarnos en un entorno algo más rural y alejarnos de las modernas construcciones de hormigón y cemento de las ciudades que habíamos visitado hasta ese momento. Fue un oasis, un paréntesis. Luego volveríamos a Singapur otra vez, unos días más, antes de irnos definitivamente a casa.

                Aunque en un principio, como decíamos, pensábamos relajarnos un poco, resultó ser complicado (aunque no imposible) debido al caos, sobre todo automovilístico, y a la masificación de la mayoría de zonas habitadas.  El interior, quizás algo menos turístico, es muy bello e interesante, mientras que las playas, aunque inmensas, a nuestro parecer dejan bastante que desear en comparación con otras sitas en la propia Asia. Por ejemplo, el agua, aparte de muy, muy caliente (mucho más que en Caribe), estaba bastante sucia. Mucha culpa de esto último creemos que se debe a un tipo de turismo menos concienciado con el medio ambiente y más enfocado a la diversión nocturna.


Día 1:
 
                Llegamos a Bali tras 2 horas y media de vuelo, desde Singapur, temprano. El aeropuerto es bastante curioso por su estilo típico balines. Te visan a la llegada al mismo, tras pagar las tasas correspondientes. Se pueden pagar en euros o dólares.

                A la salida cogimos un taxi. Hay a “punta pala”. Los precios son fijos según destino y están expuestos por el aeropuerto y en las salidas del mismo. También hay transportes privados más selectos y caros. El tema del tiempo en carretera, aunque las distancias sean cortas, siempre es exagerado. Si tienes en cuenta las horas punta, quizás se puedan ahorrar algunos minutos, pero no depositéis demasiadas esperanzas en ello.

                Dividimos nuestra estancia en dos. Una parte para el interior y otra parte para playas. Pusimos nuestro primer campamento base en Ubud. Este pueblecito ha notado un aumento de la actividad turística desde que fuese uno de los exteriores escogidos para la película Come, reza, ama de Julia Roberts. Quizás le haya hecho perder algo de encanto autóctono, pero aún conserva bastante y debe ser un punto de visita obligada. El trayecto para recorrer los escasos 40 km desde el aeropuerto hasta el pueblo fue de, aproximadamente, hora y media.

                Tuvimos la fortuna (a nuestro parecer) de que algo así como un príncipe (o algún pez gordo) del pueblo se casaba con una chica de otro lugar cercano ese día. Debido a tal acontecimiento engalanaron toda la zona e invitaron a cenar y a la fiesta nupcial a todo el pueblo (turistas incluidos) Eso sí, se desarrollaba en la calle. Animaron el ambiente con distintos grupos musicales y salieron a saludar a los invitados. Esto hizo que algunos templos estuviesen cubiertos con adornos o cerrados y que hubiese más bullicio o escandalera por la calle (aunque esto es más habitual incluso sin boda), pero, por otro lado, hizo más fácil interactuar con la gente local en condiciones más desenfadadas, probar la comida típico con una hoja como plato, y, por supuesto, gozarnos un fiestón. Tuvimos mucha suerte.

                Cómo decíamos antes, Ubud está viviendo su particular “boom” turístico. Dicen que tiene menos encanto que años atrás, pero suponemos que eso es algo que le pasa a todo… el tiempo pasa. El centro (más turístico) del pueblo estaría delimitado por las calles Monkey Forest (oeste), Hanoman (este), el Monkey Forest (propiamente dicho) al sur y la calle Raya al norte.  Dentro de él es el mejor sitio para alojarse, si se desea algo de vida por la noche. Nosotros nos quedamos en Okawati Hotel. Un lugar encantador, con villitas tipo balines, jardín interior, una pequeña piscina, bien ubicado y no muy caro. El desayuno estaba incluido. Muy recomendable.

                Hay varios puntos de interés para visitar en la zona: Al norte están el templo Pura Desa, Ubud Palace, Pura Marajan… así como otros templos, museos… Al sur destaca el Monkey Forest (los monos son sagrados) y a las afueras, se pueden visitar sus típicos arrozales. Hacia las afueras se puede ir andando, en bici o coche (en función de la distancia a recorrer)

                El primer día decidimos usar los pies para recorrer el corazón del pueblo y sus alrededores más cercanos. Salir un poco del par de calles principales (con más tiendas y restaurantes) y perderse por callejones es una gozada. En las entradas de las casas hay placas informativas sobre cuantas personas (diferencian por sexos y edad) residen en ese lugar. (Ojo: es muy usual confundir casas de vecinos con templos, ya que algunas son muy similares) Luego por la noche habilitaron una especie de carpa donde comer y bailar, y ahí estuvimos hasta que decidimos irnos a descansar.

                En la misma calle que el Palacio Real hay un pequeño mercado artesanal y unas cuantas terrazas para tomar algo, comer o cenar (KOKI) muy recomendables, a buen precio. Aunque realmente los hay (restaurantes, bares y terrazas) de todos los colores y por todos lados. Allí también hay un centro de masaje (OOPS) muy recomendable y económico.

                                Ubud no es un buen lugar para cambiar dinero. Hay mucha competencia, pero en la zona de playa encontramos el cambio más favorable para nuestros intereses.


DÍA 2:
 
                Madrugamos para visitar a pie unos arrozales cercanos y luego alquilar unas bicicletas (Aditya Tourist Information) para hacer una excursión a zonas un poco más alejadas. Ubud, al igual que sus habitantes, es una ciudad amable. Puedes visitar sus puntos de interés de paso, mientras paseas. Esto hace que no te invada la prisa por verlo todo rápidamente. De hecho hay tiempo de sobra para verlo todo, varias veces, y hacer otras muchas cosas entre tanto.

                Los arrozales (a pie) estaban hacían el noroeste. Se hace necesario un mapa (guía o punto de información) para acertar con el sendero. Hay que andar por callejones y lugares tan inhóspitos que, sin un mapa, resulta fácil perderse o pensar que se está perdido. El paseo por los campos de arroz y las maravillosas vistas, no obstante, compensan el riesgo de perderse un poco.
 
                Luego revisitamos algunos templos y desayunamos otra vez antes de alquilar las bicis y visitar otros hermosos campos de arroz más a las afueras. Por el camino se pueden ver algunos templos y terminar en el Monkey Forest. Es importante decir que las carreteras comunales son algo más seguras (más o menos) para ir en bici, pero fuera de ahí se convierte en un deporte de riego.

                En la entrada al Monkey Forest hay vendedoras de plátanos para los monos, pero estos aceptan otras frutas y, en general, todo lo que se pueda comer. Si ven cosas las cogen, así que ojito con cámaras y mochilas. En general son amigables (a veces demasiado)  El parque en sí está muy guapo. Hay mucha naturaleza, bonitos puentes y esculturas de animales, así como un entretenido paseo hasta una caída de agua normalita. También hay un bonito templo y un cementerio de monos.

                Volvimos a devolver las bicicletas y prepararnos para la cena. Una opción recomendable (aunque los precios son más a la europea) es el Café Lotus, ofrece posibilidad (con reserva) de espectáculo y mesa balinesa sobre el agua. El espectáculo es lo que es (gusta o no), el servicio y ambiente está bastante cuidado y la comida es buena. Si al final echas números no es ni tan caro. El bar (la zona de baile) forma parte del templo Puri Saraswati.


Día 3:


                Paseo matutino por los alrededores y alquilamos un taxi para que ese día nos moviesen por ahí (precio pactado) También hay excursiones individuales o para grupos. Todas visitan las mismas cosas y los precios también son similares. Los itinerarios se pueden adaptar al gusto particular de cada uno.

                Tocamos los templos Goa Gajah y Tirta Empul. El primero, inserto en un bonito paraje natural, consta de varios templos en su interior. El segundo es más palaciego y tiene unas fuentes (en las que se puede bañar) que, según la tradición, purifican a quién se bañe en ellas. También visitamos Kintamani para ver las imponentes vistas del volcán y el lago. Finalmente, de camino a Ubud, elegimos otros campos de arroz para pasear un poco.
 
                En los templos ni mujeres ni hombres pueden ir con pantalones por encima de la rodilla. Es aconsejable llevar o comprar un pareo para poder taparse si fuera necesario.

                El resto del día fue de paseos y relax por Ubud.


Día 4:
      

                A otra horita y pico larga de carretera está Legián, que fue el lugar elegido para quedarnos el resto de las vacaciones en Bali. Nos hospedamos en The Magani. Muy buena elección.

                El lugar, seamos franco, no es para nada bucólico. Bares, terrazas, tiendas, en calles infestadas de tráfico y playas enormes de agua caliente y sucia, es lo más que ofrece. También se observa más pobreza y desfase que en el interior. Es muy común que te oferten drogas o viagras por la calle. Ojo: El trapiche con drogas puede llegar a penarse con muerte en Bali.

                El lugar es frecuentado por surferos, pero existen otras playas más coquetas y limpias para practicar este deporte.

                El primer día se pasó recorriendo Kuta, Legián, y en la playa. Los precios de casi todo (comida, bebida y compras) eran bastante más económicos que en Ubud.

                Por las noches, en la calle donde se encuentra el muro conmemorativo (Kuta) por el atentado de 2002, se montan unos fiestones de aupa. La calle es un auténtico escándalo. Los locales de copas tienen la música a tope y es necesario hablar a voces en la propia calle. Si te gusta la juerga, sin duda, este es tu lugar. A nosotros quizás se nos quedó un poco grande. Alguna vuelta, para contagiarte del fervor popular, pero la opción atardecer en la playa (Badan Pengelola) y algún plan relajado (menos escandaloso) por los alrededores de esta nos sedujo más.


Día 5:


                Rumbo península de Bukit (a pie) por la avenida de la playa al principio y callejeando por barrios interiores, tras desayunar algo en un centro comercial, Habiendo caminado alrededor de 2 horas, decidimos pillar un taxi hasta Uluwatu Temple. Digno de visitar. Los acantilados son impresionantes.

                Con el mismo taxi que nos llevó al templo (nos esperó) nos dirigimos a Jimbaran, un bonito pueblo pesquero, con una coqueta playa de aguas turbias (algo sucias) y cayucos de colores. En el lugar se puede, aparte de visitar el pueblo y la pequeña lonja, comer marisco “fresco”.

                Luego vuelta a Legián.


Día 6:


                Rumbo a Seminyak por el interior, a pie. El camino ofrece algunos lugares de interés, pero son escasos. No es nada turístico. Hay multitud de tiendas que venden gasolina para motos en botellas de vodka y mucho camino de nada.
 
                Seminyak tiene un par de calles animadas con tiendas curiosas y lugares para comer o tomar algo, luego es un barrio curioso, pero insulso. Volvimos por la playa (es la misma que en Legián y Kuta) hasta Legián después de relajarnos un poco por la zona. La parte de playa de Seminyak está más limpia y es bastante más tranquila que Kuta o Legián.
                 El resto del día lo tomamos para alguna compra y, ahora sí, relajarnos un poquito.


Día 7:
               
                Entre la playa y la piscina del hotel hasta volver a Singapur.

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